La mejor guinda para un safari es, sin lugar a dudas, terminar en alguna playa paradisíaca donde poder descansar y tumbarse durante horas bajo el sol, siempre con protección, sin preocuparse de la hora que es. Tras nuestro safari por Kenia y Tanzania eso fue precisamente lo que nosotros hicimos y nuestro destino de playa fue Zanzíbar.
Estamos muy contentos de la elección que hicimos porque nos ofrecieron varias alternativas para terminar el safari: islas Mauricio, islas Seychelles, las Maldivas…, pero Zanzíbar era lo más cercano y, viendo las fotos de una y otra playa, nos dimos cuenta de que eran prácticamente iguales y no merecía la pena volar tantas horas para estar en un sitio parecido. Por eso, nos decantamos por Zanzíbar y escogimos el hotel Karafuu.
A nuestra llegada al aeropuerto nos esperaba la empresa Zafiro Tours, que nos trasladó en minibus al hotel. Por el camino fuimos observando con incredulidad la verdadera Zanzíbar, la que no se muestra a los turistas, con casas hechas con cañas, carreteras sin asfaltar…, una Zanzíbar muy alejada de lo que habíamos encontrado en nuestras búsquedas por internet: resorts de lujo en primera línea de playa, edificios modernos, restaurantes de tres tenedores… El contraste estaba servido, aunque ya no nos sorprendíamos por nada. África nos había regalado grandes lecciones de vida.
Nuestro hotel se encontraba a casi una hora del aeropuerto y, cuando llegamos, no nos podíamos creer dónde estábamos. Después de haber pasado 10 días a bordo de un camión y durmiendo en tiendas de campaña, ahora nos encontrábamos en un hotel de 5 estrellas, con diferentes restaurantes para elegir dónde comer, piscina, spa y playa privada. ¿Qué más podíamos pedir? Para nosotros era demasiado.Enseguida nos dieron la llave de nuestra villa, la número 50, y tan pronto como dejamos las mochilas, fuimos a probar la piscina a la vez que nos tomábamos uno de sus muchos cócteles preparados en el bar que estaba dentro de ella. El resto de días el plan fue el mismo: dormir, despertarse sin hora, comer, paseos por la orilla de la playa, baños en la piscina, echarse unas partidas al ping pong…Cómo no, teníamos que ir al restaurante The Rock para probarlo, aprovechando que estaba muy cerca de nuestro hotel, y fuimos a comer allí uno de los días. La cuenta salió un poco cara, pero mereció la pena probar sus deliciosos platos rodeados del océano Índico, dado que a esa hora la marea había subido y para acceder al restaurante tuvimos que ir en barca.El hotel nos gustó mucho y agradecimos que todos los días, a las 11.30, hubiera clase de aquagym, pues nos sirvió para rebajar la hincheta a comer que nos estábamos pegando. Además, tuvimos la suerte de poder disfrutar su especial noche de los viernes que es el día en el que el hotel ofrece la cena en el restaurante Masai Village donde los masáis venden artesanía y bisutería a la entrada y se realiza un espectáculo de danza para amenizar la velada. ¡Alucinante!
El único punto en contra de este resort es que tiene acceso a una playa que seguramente no es de las mejores de Zanzíbar y el baño está muy limitado a la piscina o toca esperar a que suba la marea para no pisar tantas algas. Con todo, esto no hizo que nuestra estancia en Karafuu fuese negativa. El último día, por mediación de Ratpanat, contratamos una excursión por el histórico Stone Town, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en la que pudimos pasear por sus laberínticas calles y visitar el antiguo Mercado de Esclavos, la Catedral Anglicana, la Casa de las Maravillas, el lugar de nacimiento de Freddie Mercury o el Antiguo Fuerte Árabe, entre otras cosas. Tras cinco horas de visita, concluyó este recorrido y también nuestra aventura por el continente africano. Sin duda, este ha sido un viaje que nos ha marcado y que recomendamos realizar, al menos, una vez en la vida. ¡Hasta muy pronto, África!