Llovió a cántaros durante nuestra primera noche en Kenia. Las habitaciones del Sanctuary Farm, poco insonorizadas, nos permitieron escuchar todo tipo de ruidos: desde la intensa lluvia que caía hasta los increíbles mugidos de los ñus, unos sonidos que hasta ese momento desconocíamos y que no dejaríamos de escuchar hasta regresar a España. A causa de la fuerte lluvia, la que cayó durante toda la noche y después del homenaje que nos pegamos de huevos con bacon y crepes con nutella por habernos levantado tan temprano -concretamente a las 5.00 horas-, se tuvo que suspender el paseo en barca que estaba previsto por el lago Naivasha para nuestro segundo día de viaje. Ya habíamos leído que el tiempo en Kenia era así, y más si todavía no había terminado la estación húmeda, por lo que nos resignamos y seguimos con el plan: montarnos en el camión e ir rumbo a Narok. Salimos de Sanctuary Farm aproximadamente a las 8.00, cuando cesó un poco la lluvia. Sobre las 12.00 llegamos a Narok, donde pudimos visitar un puesto de carretera en el que vendían artesanía, principalmente figuritas de animales. Mientras tanto, nuestro cocinero Costa nos estaba preparando una deliciosa comida compuesta por una ensalada de aguacate, tomate y mozzarella, carne guisada y arroz. Comimos y, sin tiempo que perder, volvimos al camión, esta vez con rumbo a la puerta principal de Sekenani, casi a la entrada de la Reserva Natural Masái Mara, donde se encuentra un puesto fronterizo en el que se negocia la entrada al campamento en el que nos alojaríamos las dos noches siguientes: el Olengoti Eco Safari Camp. Hubo que esperar una hora dentro del camión, y realizar varias llamadas, porque nos querían cobrar el doble de lo que se suele pagar normalmente: 2000 chelines en vez de 1000. Finalmente, conseguimos que nos cobraran el precio de siempre y accedimos al campamento.La espera de una hora se hizo amena porque, por primera vez en el viaje, nos “asaltaron” unas mamás masái que querían vendernos sus productos. Fue una experiencia alucinante interactuar con ellas y que nos enseñaran lo que hacen: pulseras, marcapáginas, posavasos, salvamanteles… Lógicamente, nos encontrábamos con sentimientos opuestos: por un lado, se nos partía el corazón al verlas correr hacia nuestro camión para conseguir una posible venta; por otro, era divertido regatear los precios que nos proponían, algo que allí forma parte de su cultura.
Minutos antes de llegar al campamento, volvió a llover, por lo que no pudimos sentarnos a descansar alrededor de la hoguera. Nos duchamos y, aprovechando que la lluvia nos dio tregua, nos asomamos al río Talek, donde tuvimos la suerte de observar a una familia de hipopótamos y un alucinante atardecer.A las 20.30 horas cenamos una crema de verduras, costillas y verduras a la plancha, y enseguida nos fuimos a dormir porque a la mañana siguiente nos tocaba madrugar de nuevo, aunque dicen que “palos con gusto no duelen”… ¡Llegaba nuestro primer día de safari!