El cuarto día de nuestro primer viaje por África jamás lo olvidaremos y enseguida entenderéis por qué. Nuestro día comenzó más temprano que de costumbre, concretamente a las 3.45 horas, pues ese día nos tocaba una actividad muy especial: ver amanecer subidos en un globo sobre el Masái Mara. Desayunamos rápido un vaso de leche y unas galletas y pronto pusimos rumbo al lugar donde nos montaríamos. Atravesar de noche parte del Masái Mara también fue una experiencia inolvidable porque, a pesar de estar muy oscuro e infundir respeto, pudimos ver a varios animales en la tranquilidad de su hábitat.
El paseo en globo duró nada más que una hora, pero suficiente para contemplar la grandeza de la reserva natural en el momento más bello del día: durante el amanecer. Al igual que nosotros, otros grupos dieron este paseo en globo, lo que nos permitió captar estampas tan bonitas como las que os mostramos en las fotos.Tanto en el despegue como en el aterrizaje debíamos ponernos en cuclillas, escondidos en la cesta, como medida de seguridad. La salida apenas se notó y fue cuestión de pocos segundos el encontrarnos a unos 10 metros del suelo. El aterrizaje, sin embargo, sí que nos impresionó porque la cesta acabó tumbada y durante unos instantes nos vimos comprometidos para salir de allí. Luego nos empezamos a reír a carcajadas por lo ridículo de la postura que se nos había quedado, pues parecíamos cucarachas con los brazos hacia arriba y las piernas flexionadas. Sin lugar a dudas, el paseo en globo fue una gran experiencia y, más aún, sobrevolando un lugar tan idílico como el Masái Mara.
Al bajar del globo nos recogieron dos jeep porque a nuestro camión se le había pinchado una rueda y la estaban cambiando. Una vez que se solucionó, volvimos a coger el camino y pusimos rumbo hacia el río Mara, lugar donde se hace el espectacular cruce de la Migración, pues muy cerca montaríamos un campamento para llevar a cabo esa noche una acampada salvaje. Pocos minutos después de haber salido, nuestro camión 4×4 quedó atrapado en el barro a causa de las fuertes lluvias del día anterior que habían debilitado los senderos de tierra. Esto sucedió sobre las 9.00 horas y tuvimos que esperar hasta las 17.30 para que vinieran otros jeep a recogernos, dado que fue imposible sacar el camión de allí (ni nuestros empujones ni la ayuda de un tractor y una excavadora que vinieron a ayudarnos sirvieron de mucho). Durante las ocho horas que estuvimos allí atrapados tratamos de mantener la calma y tener buena actitud para hacer más llevadera la espera. Además, no desperdiciamos la oportunidad de realizar alguna que otra fotografía a las distintas aves que vinieron a visitarnos. Nuestro gran cocinero nos preparó ese día pasta y dos tipos de pizzas hechas con una sartén, que nos supieron a gloria.Sobre las 17.20 de la tarde una nube negra empezó a aproximarse hacia nosotros. De repente comenzó a chispear, poco a poco empezó a llover más fuerte y, como si de una película se tratase, aparecieron de la colina tres jeep que venían a por nosotros. Rápidamente cogimos nuestra mochila pequeña, dejando dentro del camión el resto de equipaje, y empezamos a distribuirnos en los coches. Allí se quedaron varios trabajadores intentando sacar el camión sin éxito mientras a nosotros nos trasladaban al lugar donde esa noche se realizaría la acampada salvaje. Salir con los jeep también fue una aventura porque el terreno, con la nueva lluvia, empeoró mucho más y los vehículos no dejaban de derrapar. Ya cerca del campamento tuvimos que esperar hasta las 22.30 horas, unos en un refugio de rangers y otros dentro de los jeep, a que el equipo de Ratpanat nos montara las tiendas con la que estaba cayendo.
Fue impotencia lo que sentimos, no tanto por la vivencia que habíamos tenido de pasar todo el día en mitad de la nada sin saber cómo nos sacarían de allí, sino por ver el empeño que los locales pusieron bajo la incesante lluvia para que pudiéramos disfrutar aquella noche de la acampada salvaje. Las tiendas, que iban en el camión, llegaron en la excavadora que había intentado socorrernos y, como cabe imaginar, llegaron empapadas, junto con las almohadas, las sábanas y nuestro equipaje. Los buenos ánimos que el grupo había tenido hasta ese momento cayeron en picado tras pisar el campamento y ver que el lugar no estaba en las mejores condiciones para pasar la noche. El barro llegaba a los tobillos, las tiendas por dentro estaban mojadas y tampoco se podía hacer uso de los colchoncillos, ni de las sábanas, ni de las almohadas, que estaban caladas. Hubo, pues, que dormir encima de las hamacas tapados con nuestros propios chaquetones y con almohadas improvisadas, hechas con montones de camisetas enrolladas.
Si es a esto le sumamos que habíamos perdido el safari a pie previsto para esa tarde en las orillas del Mara, no resulta extraño que todos nos acostáramos pensando que no fue un gran día.