El sexto día lo comenzamos dándonos un paseo en bus turístico desde la calle 42 hacia el Downtown para recargar las pilas que el día anterior gastamos haciendo el tour Contrastes a pie. El recorrido duró aproximadamente una hora y nos encantó porque iba pasando por las avenidas más populares, lo que nos permitió echar fotos desde otra perspectiva a los principales monumentos de la ciudad: Empire State, Flatiron Building, Rockefeller Center, etc.
Una vez llegados a Battery Park, nos dirigimos a Castle Clinton, donde se recogen las entradas para la Estatua de la Libertad, que vienen incluidas en el New York Pass, y nos pusimos a la cola. Aunque los cruceros que te llevan a la isla tienen bastante capacidad y no paraban de ir y venir, la cola estaba formada por tantos turistas, cientos y cientos de personas que como nosotros querían ver la Estatua de cerca, que tuvimos que esperar unos 50 minutos a que llegara nuestro turno de subirnos en uno de ellos.
El trayecto hasta la isla fue una de las cosas más bonitas que hicimos durante el viaje porque conforme nos íbamos acercando a la Estatua dejábamos atrás los imponentes rascacielos que dibujaban a nuestras espaldas una preciosa silueta que será difícil de olvidar.
Ya en la isla nos dimos una vuelta alrededor del pedestal sobre el que se encuentra ubicada la Estatua, más pequeña de lo que esperábamos, y nos tomamos la limonada más deliciosa que hemos probado hasta el momento para refrescarnos un poco, pues ese día nos golpeó una fuerte ola de calor.
Antes de volver a Manhattan, hicimos una parada en Ellis Island para visitar el Museo de la Inmigración, que está incluido en la entrada de la Estatua de la Libertad. Nos gustó mucho pasearnos por sus plantas y conocer curiosidades de este edificio que significó para muchos el comienzo de una nueva vida.
A nuestra vuelta a la ciudad decidimos ir a comer a algún Shake Shack para probarlo de una vez, ya que en los rankings de mejores hamburguesas de Nueva York siempre aparece en los primeros puestos. Desde luego, no nos decepcionó pues las hamburguesas que pedimos estaban sublimes. Por poner un ‘pero’ diríamos que son muy pequeñas para lo que cuestan, pero son de las mejores que hemos comido allí.
Después de comer fuimos a tomarnos un helado a Morgenstern’s y luego visitamos el Museo Internacional de Fotografía. La cena la hicimos en John’s Pizzeria y para acabar el día tuvimos la suerte de poder montarnos en el bus The Ride, que nunca tenía plazas libres, para disfrutar del loco espectáculo nocturno que ofrece este autobús con asientos orientados hacia los laterales por el centro de Nueva York. ¡Una pasada!
Y sobre las 00.00 horas nos fuimos al hotel, agotados como ya venía siendo costumbre, para dormir y coger fuerzas, pues las necesitaríamos para el día siguiente. ¡Dulces sueños!