Y casi sin darnos cuenta llegó nuestro penúltimo día en Nueva York. Dos semanas llevábamos en la ciudad que nunca duerme y eso precisamente nos había pasado a nosotros. Apenas habíamos dormido en 14 días, pero no nos importaba porque habíamos hecho nuestro sueño realidad, y esto, por desgracia, no sucede siempre.
En nuestro penúltimo día por la Gran Manzana no podíamos perder la costumbre de madrugar y volvimos a hacerlo para dirigirnos bien temprano a Coney Island (el trayecto en metro desde Manhattan dura una hora más o menos) y así disfrutar de la playa de Nueva York y ver el gigantesco parque de atracciones que hay allí. Durante dos horas aproximadamente estuvimos paseándonos por el paseo marítimo y viendo cómo el parque empezaba a llenarse de gente con ganas de pasarlo bien y de montarse, sobre todo, en la espectacular montaña rusa de Luna Park. Nosotros no nos montamos en ninguna atracción, pero disfrutamos tanto o más que ellos viviendo ese ambiente de fiesta y diversión que recorría cada centímetro del parque.No pudimos marcharnos de allí sin antes probar el famosísimo perrito caliente de Nathan’s. No pretendemos desmerecerlo, pero su sabor no fue tan especial como habíamos leído y por su precio podríamos habernos comprado dos mucho más grandes en cualquier puesto callejero.Volvimos al metro, pero esta vez con dirección a Brooklyn, porque queríamos despedirnos de Nueva York comiéndonos la que para nosotros ha sido la mejor pizza, y esta se encuentra en Grimaldi’s Pizza. Nos pegamos un buen homenaje pidiéndonos la pizza más grande del restaurante y después fuimos directos al hotel para hacer bien la digestión.Sobre las 19.00 horas pisamos de nuevo la calle y cogimos un metro para ir a ver el curioso Parque Septuagésimo en el Upper West Side, considerado el parque más pequeño de Manhattan. Haciendo tiempo para ir a cenar, paseamos luego por la plaza del Rockefeller Center, a modo de despedida, y cuando dieron las nueve nos dirigimos al hotel Le Parker Meridien porque nos faltaba por probar la hamburguesa de un mítico bar situado en el vestíbulo del citado hotel, oculto tras una cortina roja. Sí, justo ahí detrás se encuentra el Burger Joint y no podíamos regresar a España sin haber probado sus hamburguesas. Como en Nueva York todo es a lo grande, aquí no podía ser menos y nos comimos unas hamburguesas de unos diez centímetros de altura, sin exagerar. Con todo, salimos del bar pensando que en nuestra aventura neoyorkina habíamos probado hamburguesas mejores y que su fama únicamente residía en su peculiar ubicación.En nuestra última noche en Nueva York de este día lleno de despedidas no podía faltar tampoco un paseo por Times Square para ver por última vez el centro neurálgico de Manhattan, con sus cientos de carteles publicitarios iluminando el cruce de Broadway con la 7ª Avenida. Hicimos unas últimas compras de souvenirs para la familia y enseguida nos recogimos, pues debíamos terminar de hacer las maletas para poder darnos al día siguiente el último paseo matutino por la ciudad.
Como ya venía siendo una costumbre, volvimos a madrugar y esta vez lo hicimos para buscar algún barecito donde pudiésemos desayunar algún bagel de calidad. Buscando lugares por internet nos salió muy bien valorado el Best Bagel & Coffee y allá que fuimos. La cola de gente esperando para pedir a las ocho de la mañana, que ya llegaba a la puerta del establecimiento, nos hizo presagiar que habíamos elegido un buen sitio. Compramos dos bagels y dos batidos de chocolate para llevar (todas las mesas del local estaban cogidas) y nos fuimos calle abajo, dirección Madison Square Garden, para desayunar en unas mesas que hay instaladas en uno de sus laterales.Tras este desayuno que nos supo a gloria, cogimos la Quinta Avenida y comenzamos a subirla para visitar la tienda de la NBA, pues queríamos llevarnos de recuerdo alguna camiseta de un equipo local. Hicimos nuestra última compra y, de camino al hotel para recoger las maletas, nos vimos obligados a parar en Cold Stone para tomarnos de nuevo uno de sus deliciosos helados con sabor Oreo. ¡Espectacular!
Ya en el hotel, sacamos las maletas al pasillo y nos despedimos de la que había sido nuestra “casa” en Nueva York, una habitación del hotel DoubleTree by Hilton Hotel New York – Times Square West. Cogimos por última vez el ascensor en el 27° piso y bajamos a la recepción para despedirnos de los empleados, quienes nos volvieron a regalar unas cookies para el trayecto al aeropuerto y unos botellines de agua. ¡Un detallazo! Y después vino el metro con dirección al AirTrain, la facturación de las maletas y el control de seguridad, y con ello el fin de nuestro superviaje.Por un lado, queríamos regresar a nuestro verdadero hogar, pues el cansancio ya era extremo, pero, por otro, nos entristecía pensar que quizá esta haya sido la primera y última vez que visitemos esta ciudad. Hay tantos lugares maravillosos a los que viajar en el mundo que se vuelve verdaderamente difícil repetir un destino al que ya has ido, pero nosotros tenemos claro que haremos todo lo posible para volver. Y si no fuera así, no pasará nada porque nunca olvidaremos haber cumplido este sueño.