Dicho y hecho. A las siete y media de la mañana del cuarto día nos encontrábamos ante el imponente Toro de Wall Street ¡sin gente! Pudimos hacerle todas las fotos que quisimos, incluso tocarle sus partes más íntimas para comprobar de primera mano si es verdad eso de que trae fortuna… Aunque pronto nuestra suerte cambió. A las 8.00 los grupos de turistas comenzaban a rodear al animal y ya nuestra vista dejó de verlo, pero teníamos las fotos y durante media hora fue todo nuestro.
De ahí nos encaminamos hacia el Museo Homenaje del 11-S, situado entre las dos fuentes de las que en su día emergían las famosas Torres Gemelas. Desde España, hace ya 17 años, fuimos espectadores del horror que se vivió en el World Trade Center. Ahora se nos daba la oportunidad de rendir nuestro pequeño homenaje a las víctimas y lo hicimos.
Durante dos horas aproximadamente estuvimos en las plantas subterráneas de aquellos imponentes edificios. Transcurrido este tiempo, subimos a la superficie y tomamos aire. Fue bastante duro para nosotros caminar entre restos de escombros, a la vez que escuchábamos los testimonios de algunos supervivientes. Aún seguimos con los vellos de punta, pero contentos por saber que este terrible hecho unió a ciudadanos de todo el mundo.
A media mañana llegamos al Museo Metropolitano de Nueva York. Al igual que nos pasó en el Museo de Historia Natural, no pudimos saborear cada una de sus salas por la falta de tiempo, pero disfrutamos recorriéndolas a paso ligero para, al menos, conocer por encima el tipo de arte creado en las diferentes partes del mundo: Grecia, Egipto, China…
Unas dos horas después salimos del edificio y bajamos por sus televisivas escaleras, pero en esta ocasión el sol que nos había acompañado desapareció para dejar paso a una tormenta que nos sorprendió de repente y nos obligó a correr en busca del restaurante más cercano. Es así cómo llegamos a la Pizzería Famiglia, una cadena de comida italiana que no se caracteriza precisamente por la variedad, pero que nos sirvió para refugiarnos de la lluvia por un tiempo y tomar algo.
Una vez cesó la tormenta, nos cogimos un metro de vuelta al hotel para descansar un poco después de la comida, pues nuestros pies estaban resentidos, y luego volvimos a salir para visitar por fin la Grand Central Terminal. Nada más entrar nos quedamos embobados con el Main Concourse, el vestíbulo principal, y su techo pintado con las constelaciones, del cual colgaba una bandera gigante de los Estados Unidos.
Después nos fuimos directos al Whispering Gallery, o Galería de los susurros, para probar si de verdad nos escuchábamos estando cada uno en la esquina opuesta del pasillo. ¡Y creednos si os decimos que es totalmente cierto! Cada uno escuchaba al otro sin necesidad de elevar la voz. ¡Todo un misterio!
Al atardecer nos volvimos a dar un paseo por la 5ª avenida y esta vez paramos en la Catedral de Saint Patrick para verla por dentro. Su grandiosidad nos impresionó, aunque no tanto como el contraste que supone encontrarla en medio de rascacielos.
Este cuarto día llegaba a su fin y por eso tocaba buscar sitio donde cenar. En nuestras búsquedas de “mejores restaurantes de Nueva York” habíamos encontrado el Ellen’s Stardust Dinner, un local conocido por las actuaciones de sus camareros. Dada su fama, decidimos ir a probarlo y, aunque la cena no estuvo mal del todo, no fue lo que esperábamos porque, aparte de estar haciendo cola de una hora para entrar, el show no era continuo y, además, te piden una propina extra “para los camareros-cantantes” que luego ni te agradecen. Si a esto le sumamos que la hamburguesa y el filete de ternera que nos pedimos eran muy normales y que la cuenta, bastante elevada, llevaba incluida la propina que se suele pedir como “gratuidad” en los restaurantes, menos lo recomendaríamos.
De todos modos, como nunca se sabe si podremos volver a Nueva York en otra ocasión, teníamos que ir y eso hicimos. Salimos bastante tarde del restaurante, por lo que nos fuimos directos al hotel para descansar. Había sido un día muy largo y al siguiente teníamos contratado el tour Contrastes y lo haríamos ¡andando!