Muy a nuestro pesar, llegó el último día del viaje. Nos resistíamos a dejar Gijón, por lo que nos levantamos muy temprano para darnos el último paseo por sus calles y así volver a disfrutar de la Basílica-Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, de la iglesia de San Lorenzo y de las calles cercanas al monumento a Jovellanos y al Teatro que lleva el mismo nombre. No sabemos qué fue, pero Gijón nos encantó.
Un poco antes de las 11:00 horas volvimos al hotel, recogimos las maletas y nos subimos al coche para poner rumbo al último destino de nuestro viaje por Asturias: Avilés. Pese a que muchos conocidos nos dijeron que no tenía mucho para ver, que se trataba simplemente de una ciudad industrial rodeada por decenas de fábricas, quisimos darle una oportunidad a esta ciudad cuyo casco histórico de origen medieval ha sido declarado Conjunto Histórico Artístico. Nada más llegar, efectivamente, comenzamos a ver numerosas chimeneas, pero también nos quedamos pasmados al descubrir al otro lado de la ría el Centro Niemeyer, un centro cultural, construido por el arquitecto brasileño Óscar Niemeyer, que contrasta con la villa y la imagen industrial de la zona gracias a sus líneas y el color blanco que impera en los cuatro edificios en los que está dividido.
Evidentemente, estuvimos aquí un buen rato echando fotos a este impresionante lugar, pero pronto nos dirigimos a la Oficina de Información Turística, que está a pocos pasos, para que nos recomendaran qué ver en las dos horas que estaríamos aproximadamente por la ciudad. La chica que nos atendió fue muy amable y en un mapa nos marcó los puntos de interés y la ruta que podíamos seguir. En el tiempo estimado hicimos todo el recorrido y de verdad os decimos que nos encantó venir hasta aquí y recorrer con tranquilidad sus calles enmarcadas con hermosos soportales, sus plazas, sus jardines… Tuvimos tiempo, asimismo, de entrar en la Iglesia de Santo Tomás de Canterbury, toda una obra de arte, y, cómo no, fuimos en busca de la famosa escultura “La monstrua” (Eugenia Martínez Vallejo) hasta que la encontramos. También pasamos junto a la Iglesia Vieja de Sabugo, situada en la Plaza Carbayo, en cuyo lateral derecho se encuentra una mesa de mareantes, mesa donde antaño se reunían los pescadores para tomar decisiones relativas a su oficio.
Muy cerca de aquí había muchos bares y restaurantes donde comer y finalmente elegimos entrar en El Poeta. Tenían menú del día, que fue lo que escogimos, y la relación calidad-precio fue normal. Comimos y sin tiempo que perder regresamos al coche para ir hacia el Museo de anclas Philippe Cousteau, ya que se encontraba a pocos kilómetros de Avilés, concretamente en Salinas.
Teníamos bastante altas las expectativas de este sitio por lo que habíamos visto por internet, pero la realidad fue bien distinta ya que nos encontramos un lugar bastante deteriorado y afectado por su cercanía al mar. Durante el recorrido vimos la cubierta de velas y anclas, el gran mural, la rosa de los vientos, el busto de Philippe Cousteau y las impresionantes vistas desde el mirador de la Gaviota, tras cruzar un puente colgante. ¡Sin duda esto fue lo que más nos gustó!
Era el momento de regresar a Oviedo, la ciudad que nos dio la bienvenida hacía 10 días. Volviendo a pasear por sus calles, que ya nos conocíamos como si fueran de nuestra propia ciudad, llegamos a la Catedral y esta vez nos decidimos a visitarla por dentro. En esta catedral, de estilo gótico y que empezó a construirse en el siglo XIII, se encuentra la Cámara Santa, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En ella se albergan las joyas más preciadas de la catedral: las cruces de la Victoria y de los Ángeles, símbolos de Asturias y de la ciudad de Oviedo respectivamente. También pudimos adentrarnos en varias capillas, en la cripta de Santa Leocadia y en el Claustro.
Una vez que terminamos la visita, nos entró un gran dilema. No sabemos muy bien si era porque habíamos estado comiendo mucho estos días o porque no queríamos que terminase el viaje (o un poco por ambas cosas), pero no teníamos ganas de cenar, por lo que pensamos que la mejor opción para despedirnos por todo lo alto era probar los deliciosos dulces típicos y concretamente compramos para merendar-cenar carbayones, princesitas, casadiellas y moscovitas.
Al poco, ya de noche, nos fuimos hasta nuestro último alojamiento, la pensión Oviedo, donde nos acostamos muy pronto, sobre las diez de la noche, ya que de madrugada teníamos que coger el vuelo de vuelta a nuestro hogar y el autobús que nos llevaba hacia el aeropuerto salía a las 05:00 de la mañana.
El Principado de Asturias nos ha sorprendido en todos los aspectos. Siempre habíamos oído hablar de sus increíbles paisajes, de su gran gastronomía y de sus amables gentes. Pues bien, para nosotros todo superó nuestras expectativas con creces. Los paisajes nos dejaron boquiabiertos, la comida fue brutal y toda la gente con la que dimos se mostró siempre superamable. En este último aspecto, no podemos olvidarnos de nuestra pareja anfitriona, que ha sido parte imprescindible para que este viaje haya sido inolvidable. Ya entendemos por qué unos buenos amigos cartageneros llevan más de 10 años viajando a esta zona 🙂
Y así damos por terminado este espectacular viaje por Asturias de diez días. Muchísimas gracias a todos los que nos habéis seguido y habéis llegado hasta aquí. Ojalá todo mejore pronto y podamos seguir descubriendo mundo como lo hacíamos antes.
DÍA 10 | Paseo mañanero por Gijón, visitamos Avilés, descubrimos el museo de anclas Philippe Cousteau y terminamos el día en Oviedo. Sin duda, ha sido un gran viaje del que guardaremos inolvidables recuerdos 💙 #Asturias #EscribiendoViajes #EscribiendoAsturias pic.twitter.com/mdzTNH8gx0
— Escribiendo Viajes (@escriboviajes) August 14, 2020